Correr cada día, de mañana, en ayunas o al caer la tarde
parece ser una prometedora forma de conseguir una calidad de vida superior, también
puede convertirse en un habito y hasta en una obsesión. Correr es sano y aun sabiéndolo
se le asocian ciertas lesiones de rodillas y tendones, es que los hombres no
estamos preparados para la carrera?
La gravedad obligó a los organismos vivientes que
quisieran mantener partes importantes de su cuerpo sobre la superficie a
desarrollar esqueletos y a muscularse para vencer la aceleración gravitacional
que todo lo quiere mantener pegado al piso.
En los albores de la especie humana, un homínido arbóreo
dejó la protectora y segura, pero poco alentadora copa de los arboles, por los
espacios abiertos de la sabana africana; al menos así lo dicen muchos
científicos. Uno de ellos, el profesor en biología evolutiva Daniel E.
Lierberman, quien ha estudiado la evolución de nuestros ancestros de los cuales se
puede decir que, dotados de capacidades cognitivas únicas y otras adaptaciones físicas
como la capacidad de refrescarnos a través de la transpiración, la posición
vertical que reduce la cantidad de cuerpo expuesta al sol, así como la visión
frontal, periférica y a larga distancia, con los ojos ubicados en una posición
elevada y un esqueleto y músculos adecuados para correr, entre otras cosas, nos
permitieron cazar y arrebatar presas de otros predadores con cierta ventaja.
Así, unos primates relativamente débiles, sobrevivieron en el ambiente hostil altamente
competitivo del África ancestral.
Somos el organismo viviente mejor adaptado, con varios
sistemas que, solapados e interrelacionados de formas muy complejas, nos dan
esa característica. El sistema de orientación y equilibrio humano, cuyo centro
de comando es el Sistema Nervioso Central, cuenta con una batería de sensores
de gran poder operativo para explorar el mundo circundante y decidir la forma
de actuar movilizando los efectores entre los que se destaca el sistema musculo
esquelético.
En un universo de relaciones y condicionamientos, los
principales sensores: el sistema vestibular, visión, aparato cutáneo táctil y
el sistema propioceptivo trabajan al unísono encadenando sensaciones,
percepciones y evaluando a través del S. N. C. las posiciones y mejores
opciones cuando queremos desarrollar movimiento.
La visión es muy importante en nuestro afán de movernos
de aquí para allá. Le brinda información relevante al S. N. C.. En ausencia de
buena visión, ocurre un fenómeno conocido como oportunismo vestibular, que es
la toma del comando del control del desplazamiento espacial del hombre. La falta
de datos visuales también produce una sobre excitación del aparato cutáneo
táctil, siendo muy apreciable en las personas ciegas.
El tacto es el encargado de la percepción de estímulos como
contacto y presión, temperatura y dolor. Su órgano sensorial es la piel, que además
es el órgano más grande del cuerpo. La percepción de estos estímulos externos
se realiza a través de las células receptoras específicas, pequeños órganos
encargados de captar cada una de estas señales en la piel. Se estima que la
piel humana contiene alrededor de cuatro millones de receptores para la
sensación de dolor, quinientos mil para la presión, ciento cincuenta mil para
el frío y dieciséis mil para el calor. Están distribuidos de manera no uniforme
concentrándose en la lengua, palma de las manos y en la planta de los pies.
La propiocepción es la capacidad del cuerpo de detectar
el movimiento y posición de las articulaciones, así como el estado de tensión y
relajación de los músculos.
Existen distintos receptores en músculos, articulaciones
y ligamentos: huso muscular, órganos tendinosos de Golgi, receptores de la
cápsula y ligamentos de la articulación Estos reciben el nombre genérico de
propioceptores y son los encargados de recibir la información propioceptiva, y
comunicar al S. N. C. el estado y posición en que se encuentra una
articulación.
Este sistema es muy importante en la vida cotidiana.
También contribuye y es parte de la memoria motriz. Si cerramos los ojos sin
ver nuestro cuerpo, sabremos perfectamente cómo está cada parte, sus posiciones
con respecto a las demás y sus niveles de tensión y/o relajación.
Los sensores de la planta del pie, altamente
especializados en relevar e informar al S. N. C. las características del suelo
como: dureza, porosidad, firmeza, aglomeración o disgregación de materiales,
inclinación, declinación, etc., dan un primer informe para decidir de manera subconsciente
la posición más apta de las articulaciones. Es decir, determina las tensiones
tendinosas y musculares necesarias para afrontar la compleja tarea de mantener
el equilibrio y la orientación del cuerpo.
Intervienen todos los sistemas, destacándose visión central y
periférica, tacto, propiocepción, y el sistema vestibular. Este último, informa
los desplazamientos de la cabeza en tres dimensiones, y estará disponible
cuando falten datos visuales.
Es evidente, sin recurrir nada más que a la observación,
que intercalar acolchados entre el suelo y la planta del pie provoca una merma
significativa de los datos necesarios para producir un proceso de equilibrio dinámico
armonioso. Que esa falta de datos, transmitirá información pobre o errónea al S.
N. C. que responderá interpretando de manera parcial las necesidades reales de
tensión o relajamiento de las articulaciones comprometidas en la carrera, es
decir, todas. Acentuando su importancia, tobillo, rodilla y cadera.
Desde hace una década un segmento del colectivo de
corredores de ultra maratón de distintas nacionalidades, tomó en cuenta la
oportunidad de poner a prueba algo que ya había demostrado Abebe Bikila, la
leyenda negra, que en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 quien dejó a todos
estupefactos cuando, descalzo, se coronó primero y con holgura en la prueba
de maratón. ¡Ni más ni menos!
Las palabras correr descalzo, zapatillas minimalistas o el
termino anglosajón barefoot running aun son novedosas en nuestro país, pero
podemos aprender de muchos corredores como el difunto Micah True
(Caballo Blanco) quien aprendió la técnica y se inspiró en la tradición
taraumara (RARAMURI). Una tribu del estado de Chihuahua, Méjico, cuya leyenda viviente es
el trote de distancias extremadamente largas calzando solo sus huaraches,
sandalias muy austeras con suela muy delgada.
En cierta ocasión, contó el etíope Haile Gebrselassie: “Estaba
a gusto cuando no llevaba zapatillas. Solía correr descalzo. Fue difícil
empezar a llevarlas. Correr con zapatillas está bien, pero al inicio de mi
carrera fue muy duro. En nuestro país, ves a los chicos, que están muy a gusto
sin ellas. Es mejor no llevar zapatillas, que llevar unas que te incomoden”
Durante los últimos años, otros corredores como Christopher
McDougall, Jason Robillard, Anton Krupicka, inspirados en estos ejemplos y siguiendo el mismo ímpetu que los hace
correr, decidieron que había que dar a conocer los beneficios que estaban
experimentando con su nueva forma de correr. Esta tendencia promete evitar
lesiones, acortar los tiempos de recuperación y avanzar a pasos agigantados en
busca de los límites físicos y psíquicos.
Pasa el tiempo y se suman los artículos, investigaciones
y estudios que justifican esta tendencia y promueven el crecimiento de la
familia de corredores descalzos-minimalistas
A tal punto ha llegado la corriente de pies descalzos que,
el “The Barefoot Impi”, un equipo formado por seis personas alcanzó el pasado
28 de enero la cima del Kilimanjaro, la más alta de África, con 5.892 metros de
altitud, una proeza sin zapatillas, llena de surrealismo y modernidad.
La sencillez es la máxima sofisticación.
Lo oportunidad y ventaja del minimalismo y/o el barefoot,
está en el hecho que el cuerpo humano ofrece gratis un sistema de propulsión y
amortiguación muy sofisticado, desarrollado a través de millones de años,
probado generación tras generación, solo cancelado por un embelesamiento con la
tecnología en los últimos 50 años, tal vez los años con mayor incidencia de
lesiones de rodilla y tobillo.
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